En 1995 se estrenaba Hackers, dirigida por Iain Softley. Una película que, en su momento, fue vapuleada por la crítica y apenas tuvo éxito en taquilla, pero que con el tiempo se convirtió en un clásico de culto. Su estética cyberpunk, su banda sonora electrónica con The Prodigy, Orbital o Underworld, y sus personajes adolescentes con nicks como Crash Override, Acid Burn o Lord Nikon —que tenía memoria fotográfica—, dibujaban un mundo donde los ordenadores eran mucho más que herramientas digitales: eran la llave para desafiar a las grandes corporaciones.
Entre patines, disquetes e interfaces 3D imposibles, Hackers nos regaló también un momento icónico: la lectura del Hacker Manifesto. Aquel texto, que existió en realidad y fue publicado en 1986 en el ezine Phrack, defendía la curiosidad, la rebeldía y el derecho a explorar los sistemas. Un manifiesto que todavía hoy sigue resonando en la cultura digital.
Yes, I am a criminal. My crime is that of curiosity. My crime is that of judging people by what they say and think, not what they look like. My crime is that of outsmarting you, something that you will never forgive me for.
I am a hacker, and this is my manifesto. You may stop this individual, but you can't stop us all... after all, we're all alike.
— The Hacker Manifesto
En España llegó en marzo de 1996, cuando Internet apenas empezaba a sonar en la sociedad y pocos tenían un módem en casa. Para muchos, fue simplemente una película rara, excéntrica, llena de estética noventera. Para otros, fue la chispa que encendió algo profundo en su interior.
Y allí estaba yo, con 14 años, saliendo del cine pasmado y queriendo calzarme los patines —que curiosamente pasaba horas patinando en aquella época— para ir a piratear cabinas telefónicas. No podía creer que con un simple ordenador se pudiera poner en jaque al mundo. Como buen flipado, llegué a casa y me senté delante de mi viejo 486 heredado, destartalado y sin módem, en el que apenas corría algún juego o programaba tonterías en Delphi como me había enseñado un tío mío. Ese cacharro no me iba a servir. Necesitaba algo más potente y conectado a la red, como el nuevo Pentium de mis primos que yo veía desaprovechado porque solo lo usaban para jugar al PC Fútbol. No hubo día en el que no suplicara a mis padres un ordenador en condiciones y, sobre todo, con acceso a Internet.
Y un día, por navidad… llegó.
Ese ordenador y la conexión a Internet me abrió las puertas a un mundo desconocido. Podía ponerme en contacto con gente al otro lado del planeta con una herramienta llamada NetMeeting. Era verdad. Todo el mundo estaba conectado a una red que transmitía datos por el cable de teléfono. Eso me creó la necesidad de saber cómo funcionaba todo. Y ahí comenzó mi obsesión.
And then it happened... a door opened to a world... rushing through the phone line like heroin through an addict's veins, an electronic pulse is sent out, a refuge from the day-to-day incompetencies is sought... a board is found.
"This is it... this is where I belong..."
— The Hacker Manifesto
Pronto cayeron en mis manos manuales de hacking en Windows 95, de phreaking, de protocolos de red, de backdoors y exploits. Descubrí que, para entenderlo de verdad, necesitaba aprender C. Y me puse a ello con dos libros que compré que todavía conservo: el mítico Lenguaje de Programación C de Kernighan y Ritchie, y uno de implementación de Protocolos de Intenet en Unix. También, aprendí que un hacker de verdad no usaba Windows, sino Linux. Y también me puse a ello con una copia de Debian Hamm que me dió mi primo, y que él consiguió junto a una revista de informática de la época. Instalarlo fue una odisea. Configurar periféricos era un infierno. Pero funcionó (más o menos). Si escuece, cura… que se suele decir.
Toda esa necesidad de aprender y cacharrear seguramente habría venido tarde o temprano, pero la película Hackers fue para mi el catalizador. El despertar de mi vocación. Igual que lo sería Juegos de Guerra para la generación anterior, o The Matrix para la posterior.
Además, la película conectaba con un ecosistema cultural que yo ya estaba viviendo en paralelo: partidas interminables de Vampiro: La Mascarada y deCyberpunk 2020. Si conocías ese contexto, entonces Hackers no era una película ridícula: era una extensión natural de un imaginario en el que el conocimiento y la tecnología eran armas contra el sistema.
Y confieso algo: mi primer crush fue Angelina Jolie por su papel como Acid Burn. ¿A quien no le va a gustar una chica hacker? ¿A quién no le va a gustar?
Mi carrera profesional empezó como sysadmin y con el tiempo se inclinó hacia el desarrollo y la arquitectura de aplicaciones —cuestión de oferta y demanda, y por ser perfiles más lucrativos—. Con el tiempo pude reconducir aquello y volver a la parte de infraestructuras, redes y sistemas, que es lo que realmente me motivaba desde un principio.
Y si esa película me hizo querer ser hacker, Cosmos de Carl Sagan me hizo querer ser astrofísico —a mí y a miles de físicos de varias generaciones—. Aquella serie me abrió los ojos a la magnitud del universo y plantó en mí una semilla de crecimiento aletargado que sigue creciendo, incluso ahora, a la vejez —porque nunca es tarde—. Pero, parafraseando a Michael Ende:
esa es otra historia y tendrá que ser contada en otra ocasión.
— Michael Ende, La Historia Interminable
Treinta años después, Hackers sigue siendo para muchos un producto ingenuo. Pero para mí, y para toda una generación, fue el detonante de una vocación. La prueba de que la tecnología no es solo una herramienta, sino un universo paralelo al que accedes con curiosidad, ingenio y ganas de aprender.
Las historias que consumimos en un momento clave de nuestra vida tienen la capacidad de convertirse en catalizadores de vocaciones. Pueden ser el faro de guía para los que andan perdidos sin una misión en la vida. Son relatos que despiertan la imaginación, abren puertas insospechadas y nos empujan a perseguir aquello que, sin saberlo, ya estaba latiendo en nuestro interior.
¿Y tú, cómo descubriste tu vocación? Te leo en los comentarios.
En mi caso fue con Juegos de Guerra... en los tiempos del Spectrum. Y ahí seguimos primo :-D Cada vez me gusta más el cacharreo, aunque también el tiempo escasea. ¡Un abrazo!