Hay vida más allá de tu empresa
El cambio trae incertidumbre, y a veces no funciona como uno espera. Pero siempre tienes la opción de volver a cambiar.
De un portazo.
Así me fui de mi anterior empresa, Epos Now, hace exactamente un año. El mismo 31 de diciembre de 2024.
No fue una decisión fácil, pero sí necesaria. Necesaria para mi salud mental y bienestar general. Dejar una empresa nunca es sencillo, y menos aún cuando lo has dado todo durante años, cuando has construido cosas con cariño y cuando, por el camino, has creado relaciones personales que van mucho más allá de la jerarquía.

Es un salto al vacío. Lleno de incertidumbre. Sin saber si habrá una red que amortigüe la caída.
Aunque mi salida fue abrupta, no fue impulsiva. Llevaba meses pensándolo. Meses dándole vueltas a una sensación que no desaparecía. Había llegado a la conclusión de que necesitaba un cambio radical. La mentalidad de la empresa estaba intoxicando todo lo que mis compañeros y yo habíamos construido con tanto esfuerzo.
Pese a nuestro empeño —y a nuestra responsabilidad— por fomentar una buena cultura de ingeniería, nunca contamos con el apoyo necesario. Ni las herramientas. Ni el respaldo real. El foco siempre estaba en el corto plazo. En los resultados inmediatos. Y el coste humano de esa estrategia no entraba en la ecuación.
No estoy diciendo que la postura de la empresa fuera incorrecta, pero quizás desde ingeniería nunca la supimos (o quisimos) entender.
Cuando eres mánager, tienes una responsabilidad clara: cuidar a tu equipo. Sin un equipo bien tratado, motivado y apoyado, en un entorno psicológicamente seguro, es prácticamente imposible alcanzar objetivos técnicos o de negocio de forma sostenible. Y cuando se alcanzan, suele ser a regañadientes y a costa de quemar a la gente.
Ser mánager es, en esencia, resolver problemas. Allanar el camino para que tu equipo pueda hacer su trabajo lo mejor posible. Protegerlo de distracciones, de la burocracia innecesaria y de dinámicas tóxicas. Ayudar a crecer. Escuchar. Actuar. Celebrar los éxitos. Y cuando toca, tomar decisiones difíciles por el bien del equipo y de la organización. Y, por supuesto, recompensar el esfuerzo de forma justa.
En casi todo eso, un mánager tiene margen de maniobra. Control. Responsabilidad directa. Pero hay cosas que no dependen de ti.
Una de ellas es la cultura de la empresa. Si la cultura es tóxica —o simplemente no está alineada con los valores que tú y tu equipo defendéis—, estás en un callejón sin salida. Puedes intentar cambiarla desde dentro. Puedes empujar. Argumentar. Insistir. Pero si la dirección no está dispuesta a escuchar ni a hacer cambios reales, es imposible seguir adelante.
Y sí, ya lo sé: “Pero tú eras director, ¿no? ¿No tenías poder para influir?”
Sí. Pero incluso los directores tenemos límites. Límites claros. Si la dirección ejecutiva no comparte tu visión, terminas luchando contra viento y marea. Siempre hay un pez más grande. Y ese desgaste, sostenido a lo largo del tiempo, pasa factura.
La otra cosa que no depende de ti es la compensación justa.
Puedes pelear por mejores salarios y mejores condiciones para tu equipo. Puedes justificarlo con datos, resultados y performance reviews impecables. Pero al final del día, la empresa tiene la última palabra. Y cuando la empresa no está dispuesta a pagar lo que la gente merece, te quedas atrapado entre la espada y la pared. Sobre todo cuando sabes que tienes razón, porque solo estás pidiendo ajustar el salario al mercado para retener el talento.
Es especialmente frustrante cuando alguien ve que la empresa va bien, que los resultados acompañan, pero su salario se estanca mientras sus responsabilidades no dejan de crecer. A corto plazo puede aguantar. Puedes explicarle el contexto económico. El plan de la empresa. Las promesas futuras. De hecho, es tu deber, como mánager, hacerlo.
Pero si esas promesas no se cumplen, a largo plazo pasa algo mucho peor: pierdes credibilidad. El marrón de explicar por qué la realidad no es la que debería ser siempre acaba cayendo sobre ti. Y sin credibilidad, no hay liderazgo.
Todo lo que construyes con tanto cariño durante años puede dejar de ser sostenible de un día para otro.
Yo me fui sin un plan. Sin una oferta de trabajo. Sin saber qué vendría después.
Solo sabía que no podía seguir allí. Que mi salud mental estaba en juego. Y que necesitaba parar y cambiar radicalmente de rumbo.
Ese supuesto tiempo sabático duró poco. Apenas unas semanas después se cruzó una oportunidad inesperada. Había una empresa de León dedicada a la ciencia del fuego que buscaba un Principal Engineer para liderar su transformación DevOps.
¿Ciencia? ¿Salvar vidas y el planeta? ¿Centrarme exclusivamente en la parte técnica?
Aguántame el cubata.
Y así llegué a Technosylva. Una empresa con una cultura sana. Que cuida a su gente. Que proporciona herramientas y apoyo real. Que entiende que un equipo feliz y motivado es, además, un equipo eficaz. Una empresa donde puedo ser yo mismo, tomar decisiones técnicas y estratégicas, y trabajar sin tener que navegar por políticas internas tóxicas.
Empecé hace diez meses como Principal Engineer. Y, por mi experiencia previa, me he involucrado mucho en la creación de procesos, prácticas y de cultura de ingeniería. Y lo hago encantado. Porque aportar valor donde hace falta es, sencillamente, lo que me gusta hacer. Y es muy gratificante ver que hay cosas estancadas que empiezan a funcionar gracias a los procesos que habéis implementado.
Hace un par de semanas, mi VP de Ingeniería me propuso asumir no solo el liderazgo técnico, sino también el ejecutivo de todo el área de ingeniería de plataforma.
Un año exacto después de dejar mi anterior empresa, me encuentro en el mismo rol que dejé. Pero esta vez con una diferencia fundamental. Conozco la empresa, su cultura, a su gente y sus valores. Y sé que cuento con el apoyo de la dirección ejecutiva y de HR. Y también sé que contaré con las herramientas necesarias para resolver los problemas que surjan. Y eso, después de todo lo vivido, me tranquiliza mucho.
Estoy preparado para el 2026.
¡Muchas gracias por leerme!
¡Feliz año nuevo!

